El sol me pegaba directamente en la cara. Las cortinas estaban entrecerradas, pero no alcanzaban a detener aquel rayo de luz que se filtraba hasta mis ojos.
El café ya estaba hecho y el perro ladraba, ladraba por la emoción de la probabilidad de salir a dar un paseo.
Era domingo y todo estaba bien. Mientras tomaba una taza y oía al perro ladrar, leía la nota que habías dejado sobre la estufa: "Vuelvo pronto. Te quiero". Sabía que ambas cosas eran ciertas, que volverías y que muy a tu manera me querías.
Me acabé el café y tomé un poco de aire, proveniente de la recién abierta ventana, era fresco y limpio.
Ladrido tras ladrido, su insistencia me ganó; tomé la correa y lo saqué a pasear. ¿Por qué no habría de hacerlo? Después de todo, era un gran día.
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