Nunca fui de sentir temor, ni vértigo, ni cosquilleo, ni nada.
Pero algo me aterraba.
Conforme pasaban las horas me hacía más pesado,
me colgaba el pulso y se me cortaba la respiración.
La luna, las estrellas y la brisa eran perfectas;
jamás sentía temor, ni vértigo, ni cosquilleo, ni nada por ellas.
Aunque algo me aterraba
y nunca supe qué era.
Pudo haber sido el pasado, con todas sus memorias y penas;
o quizás el presente, con sus prisas y burdas formas de ver y de ser;
tampoco niego la posibilidad del futuro, con sus torpes ansias y ambigüedades.
Sólo sé que era algo y que ahí estaba.
Ya no lo siento, pero sé que volverá.
Volverá para aterrizar en lo más profundo de mi corazón incierto
y de mi eterno sufrimiento.