11 de diciembre de 2013

En la imprudencia

Mis pensamientos son tan inestables como una balsa perdida en el pacífico. Siguen un ritmo, una frecuencia específica y poseen un sonido tan peculiar que no se puede describir ni con la ayuda de cien diccionarios. Su presencia es inminente. Vagando entre las olas y asoleándose hacia el cielo y las gaviotas. Sería prudente desearles un rumbo más específico, buscar la congruencia y perfecta planificación de cada detalle de la mente. Pero he podido notar, en casi todas las experiencias vitales, que dicha prudencia, aunque estructurada y congruente, carece de elocuencia y pasión desenfrenada. Se puede pensar lógicamente y con la ayuda de una metodología tan sutil que serene los cansados procesos mentales, hallando tranquilidad y sosiego. Por otro lado, se puede vivir en el riesgo, agitado y hundido en estímulos tan irreales para la concepción racional como para los mismos sentidos. Esta segunda opción no es quizás la que mayor estabilidad ofrezca a una desbalanceada existencia, y quizás no sea la que mayor felicidad otorgue al infeliz. Pero dentro de todos los riesgos que en ella caben, es la que más engrandece tu imaginación, ensalza tu realidad y te sumerge en los profundos mundos que siempre has desconocido.

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